Estos días he pensado que tengo mucha suerte de vivir en esta época y
en este lugar. Tengo a mi alcance un montón de cosas que facilitan mi vida, que
la hacen más cómoda y la enriquecen. Ante mí se abren muchísimas opciones, un montón
de posibilidades y, aunque a veces me cuesta no sentirme abrumada, tengo un par
de estrategias que me ayudan a transitar este sentimiento:
*Cambio mi mirada y lo veo con agradecimiento.
*Saber hacia dónde voy, la vida que quiero.
Estas dos estrategias hacen que pueda navegar con más serenidad en el
día a día, que pueda decidir con criterio (1) y dedicar mi energía a otras
cosas.
En entornos “ruidosos”, con muchos estímulos, opciones, posibilidades,
con acceso inmediato a conocimiento, información, entretenimiento, con cambios,
velocidad, inestabilidad e incertidumbre, en entornos tan exigentes, no cabe más
que aprender a manejarse, porque la vida es tal como así y apearse de ella no
es una opción que a muchos nos apetezca.
Saber cambiar la mirada a mí me da serenidad.
Saber hacia dónde voy, la vida que quiero me facilita las decisiones,
me ahorra energía y tiempo.
Pero ni lo uno ni lo otro vienen de serie, ni de una fórmula mágica
(2). Es trabajo, es aprender, comprender, integrar y aplicar. Es probar y permitirse
errar. Es tomar responsabilidad sobre mi vida.
Cuando doy un curso o una charla, o hablo de tú a tú, lo que más oigo
es “eso yo no lo puedo hacer”. Los cursos, las charlas, las conversaciones,
para muchos de mis interlocutores son intelectualmente gratificantes, se comprenden,
se aceptan e incluso se aplauden, pero lo importante es que se traduzcan en un
proceso de probar, errar, probar, errar y, finalmente, encontrar la estrategia/s
que mejor van para cada uno y que le permitan llegar a donde desea.
Conocer el camino, conocer la ruta, jamás ha llevado a nadie a su
destino. Son los pasos, uno detrás de otro, los que lo permiten.
(1) Tal como decía el gato de “Alicia en el país de las maravillas”,
si no sabes dónde vas todos los caminos son buenos.
(2) En las organizaciones pasa lo mismo, con la dificultad añadida de
que no hablamos de una persona, sino de un conjunto de personas. Y ahí tampoco viene
nada de serie ni valen fórmulas mágicas.
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