“Sin presión, no hay diamantes” Thomas Carlyle
Cuando Thomas Carlyle
escribió esta frase la creencia era que solamente bajo presión se pueden
conseguir resultados. La idea es que la insatisfacción, la falta de confort y
la angustia nos hacen más productivos. Las personas rendimos más cuando nos
presionan, ya sea a través de control, plazos, supervisión, como a través de
recompensas, evaluaciones o de la creación de competencia con otros.
Hubo un tiempo en que esta creencia
predominaba en campos como la empresa y la educación. Seguramente la mayoría de
nosotros en un momento u otro hemos aplicado, nos han aplicado o hemos visto
aplicar esta estrategia, y también hemos visto y sentido sus efectos. Hemos
visto quizás repunte de resultados rápido, quizás aumento de actividad, y
quizás también hemos visto presentismo, desmotivación, individualismo, falta de
ideas y de compromiso…
Hoy en día hay suficientes evidencias
para reconsiderar este enfoque.
Y ahí entra la pregunta
clave: ¿para qué? (intención).
Cuando alguien aplica o se aplica presión para obtener resultados lo primero
que debe plantearse es ¿qué resultados quiero? ¿para qué estoy aplicando esta
presión?. Quizás si solamente necesito un resultado a corto, o si quiero pasar
un examen, o cerrar un proyecto ya, o si necesito sacar más unidades de lo que
sea mañana, la presión me ayude, pero si quiero aprendizaje, creación,
colaboración, sostenibilidad, gestión de la complejidad… quizás no sea la mejor
alternativa.
Una vez tenemos claro el
resultado que queremos, si hemos desarrollado nuestra capacidad de observar
como un científico, sin juicios, solamente queriendo conocer, constatar… (conciencia plena), veremos que no nos
vale la misma estrategia siempre, que nos va a depender de las personas, las
circunstancias, el tiempo, el momento… y sabremos qué hacer, con quien y cómo conseguirlo.
Y a la hora de qué, del quien
y del cómo, nos será básico el conocernos y conocer al otro (autoconocimiento). Cuanto más nos
conocemos a nosotros mismos más capaces somos de conocer al otro, y así podemos
hacer las cosas de la forma más adecuada.
No es fácil, si fuera fácil,
nos bastaría leer el manual y aplicar literalmente. Para llegar a aprender a
manejarse, a no ir improvisando, hay que trabajar, hay que ser “trabajista”. Y
lo bonito es que no sea fácil, que no sea una receta. Y es bonito porqué esto
demuestra la riqueza del ser humano, que no somos números y que no vale lo
mismo ni para todos ni en todo momento. Creo que aprender a manejarse en este
mundo vale la pena y si me acompañáis en este viaje, cuanto más “lo sudéis” (1) tanto más beneficio encontraréis.
(1) El “sudar” al que me refiero no es sacrificio,
no es esfuerzo visto desde el prisma del “debo”, el “sudar” al que me refiero
es el de la ilusión, el del “quiero”. Parece una tontería, pero es un punto
clave. He hablado ya de esto en el blog e iré insistiendo por la importancia
que tiene.
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