“Los
hombres no se sienten turbados por las cosas, sino por la visión que tienen de
ellas” Epícteto
Cuando hablamos de estrés nos
referimos a una reacción ante situaciones que realmente son amenazantes para
nuestra supervivencia o ante situaciones en las que nuestra interpretación de
la misma es la que la hace amenazante.
Cuando la situación es realmente
amenazante para nuestra supervivencia, nuestro cerebro ya no nos deja ni
pensar, está programado para reaccionar. Es por esto que en situaciones
extremas podemos llegar a preguntarnos cómo es posible que hayamos sido capaces
de hacer lo que hicimos. Nuestro cuerpo está programado para ello y procede a
lo que sea necesario para darnos la energía necesaria para acometer una
reacción de lucha o huida que nos permita sobrevivir.
El problema viene cuando la situación
objetivamente no es amenazante para nuestra supervivencia, pero
nuestra interpretación de la misma la hace amenazante. Nuestro
cerebro no distingue y desencadena el mismo proceso que desencadenaría ante un
peligro “físico”. Es como un sistema antiincendios que se dispara por el humo
de un cigarrillo. Cuando realmente hay un incendio nos ayuda, cuando se dispara
por el humo de un cigarrillo, pues no…
Una de las claves
para gestionar nuestro estrés es conocer estos mecanismos y saber
cómo funcionan en nosotros mismos. Si los conocemos, si sabemos identificarlos
en nosotros, podemos manejarlos y no tan solo evitarnos las consecuencias
negativas sino, incluso, hacer que jueguen a nuestro favor.
En los próximos posts os hablaré de
cómo se crean las percepciones. Esto nos ayudará a entender cómo nuestro
cerebro interpreta y de ahí desencadena la respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario