Esta mañana me he
levantado temprano (1) con la idea de escribir el post. Lo tenía ya todo
preparado, el tema, los artículos … pero no venía la inspiración. Estos días
voy apurada de tiempo, tengo que entregar trabajos y pasar exámenes, así que
cada minuto cuenta. Conforme el reloj avanzaba, yo notaba que me tensaba y
empezaba a pensar en todo lo que me quedaba pendiente. Quería dedicarle solamente
una hora, y a los 56 minutos todavía no había escrito una línea (2)…
Pero tengo una gran
suerte: el hecho de escribir y formar sobre la gestión del estrés y el
equilibrio de la mente me obliga a gestionar estos temas en mi día a día. Si no
me aplico lo que enseño, si no te cuento desde lo que yo practico, no tiene
sentido, ¿Cómo vas a sentir que lo que te digo vale la pena? (3)
Mi primer impulso era
seguir ahí, tozudamente sentada ante el ordenador, hasta que surgiera la
inspiración. Pero en el fondo yo sé que eso a mí no me ayuda, sé que acabaré
invirtiendo un tiempo enorme sin resultado, y que eso me “torcerá” el día. Así
que lo que he hecho es respirar hondo y darme 10 minutos para escribir lo que
se me pasa por la cabeza y, luego, observar mi respiración. Me he dicho: 10
minutos, y si todavía quiero aferrarme a ello, sigo (4).
He plasmado por escrito
cómo me sentía. Cuando plasmas por escrito algo, en cierta manera le quitas
fuego. El plasmar por escrito te lleva a ser consciente de aquello que estás
escribiendo, te obliga a ponerle palabras y tono. Y eso he hecho. A
continuación, he observado mi respiración hasta que ha sonado el avisador. Los
10 minutos habían pasado, y había logrado desengancharme de la situación, he reorganizado
el día de forma que pudiera encajar otro momento para redactar, y he seguido
con otras cosas, prestando atención a mi postura, siempre abierta, barbilla
arriba y una sonrisa (5)
Cada uno tenemos
nuestros “momentos peligrosos” (6), si sabemos cuáles son, si sabemos
identificar rápido que estamos entrando “en bucle”, si sabemos dar el espacio
para detener la reacción, podremos tener muchos más momentos de los que valen
la pena.
Nadie nace enseñado. A
mí me gustaría haber empezado a aprenderlo antes, pero agradezco la oportunidad
que me ha dado la vida de descubrirlo y entrenarlo. Voy cosechando poco a poco
más momentos de esos que valen la pena, y voy erradicando, poco a poco, momentos
miserables que no me aportan nada. Te invito a ti a hacerlo también, créeme,
vale la pena.
¡Hasta el próximo domingo!
Pasa una feliz semana.
Notas y recursos adicionales
(1) Los que me conozcáis ya os estaréis diciendo “si, si,
temprano, como todos los días” ;)
(2) ¿Te acuerdas de los posts de 26 de junio y de 19 de julio de
2016? En estos posts te explicaba la importancia de poder sentir en tu cuerpo cuando se inicia una emoción. Así puedes
intervenir antes de que la emoción entre en una etapa en la que ya está
totalmente desencadenada y ya no te deja actuar, es ya todo reacción. Yo esta
mañana he sentido en el cuerpo que estaba iniciando una cuenta atrás hacia una
situación que – para mí – es de las que si no gestiono bien me destrozan el
día. Es bueno que identifiques aquello a
ti que te hace entrar en bucle, así podrás actuar y reconducir antes que
sea demasiado tarde.
(3) ¿Te acuerdas del post sobre el reencuadre? Es el post del 5 de noviembre de 2016. En este post te
hablaba su poder. Depende de cómo interpretes la situación, la vivirás de una
forma u otra. A mí me va de miedo aprovechar las situaciones de estrés para
comprobar mis recursos, para ver si funciona. El interpretar esta situación
como una oportunidad para entrenarme me ayuda a darle la vuelta.
(4) Lo de los 10 minutos
es un recurso (será el quinto del pack) del que te hablaré más adelante. Del
recurso de la respiración te hablé
en el post del 17 de abril de 2016 y tengo previsto ampliártelo – si nada se
tuerce – la próxima semana.
(5) Si, si, la sonrisa forma parte de la postura (post del 15 de octubre de 2016)
(6) ¿Te acuerdas que los llamábamos desencadenantes habituales?